La cosa del amor

Al regresar a casa del trabajo me ha llamado la atención un pequeño acontecimiento. De un patio (portal) salía una parejita - calculémosles unos 16 años - él delante atropellado, por medio de la calle, despotricando. Ella, detrás, corriendo, estirándole la chaqueta que él, en un arrebato se ha dejado arrancar por las mangas. He escuchado, como casi todos los transeúntes, que ella le decía: Por favor, Marcos u Óscar, por favor, hablemos. Y él, digno, sin dejar de andar, luciendo biceps, ajeno a sus voces, a sus lágrimas. Por favor, no te vayas, seguía ella diciendo. Han atrevesado medio parquecito sesgadamente, mirando de reojo a los colegas que seguían de lejos la acción: ella, detrás, llorosa, agarrando la camiseta del tal Marcos u Óscar y con su chaqueta en la mano. Finalmente, él se ha detenido en medio de la calzada, ella le ha abrazado por la espalda, sin dejar de llorar y musitar su nombre. él le ha dicho: es la última que me haces, ¿me has oído bien? la última. Ambos, han ido a para a un coche. Él a controlar su arrebato. Ella a dejar su cuerpo contra la espalda del amado. San Valentín. El amor. Sin querer, me he visto reflejada en esos chicos, muchos años atrás, cuando el amor solía ser más efervescencia que ternura, más pasión que saber hacer, más llantos incontrolados que gemidos estremecedores. Amores que, una vez que no se sienten, se añoran. Amores que te llevan a cometer errores pero que, en justicia, no deben ser condenados. Porque si el amor es un estado de enajenación transitorio, igual que sucede con los criminales, no debe ser responsable de los actos que, en su nombre, se cometen. Entiéndase bien los actos que no conllevan: la mate porque era mía, porque era mía la mate. Eso no es amor. Me refiero a esos amores que encienden nuestra parte más ardorosa. El arrebato erótico. Como la de esos chicos. ¿qué más bonito que una reconciliación en toda regla? San Valentín ......